Este camino empezó a
definirse, aunque sin saberlo, gracias a Carol. Allá por la primavera de 2009,
cuando yo veía próximo el fin de los estudios de Periodismo y Comunicación audiovisual
pero no veía claro mucho más, en medio de nuestras tertulias literarias
improvisadas y nocturnas en nuestro piso de Aranjuez, me habló de una carrera con
un nombre muy raro: Teoría de la literatura y Literatura comparada. Era una de
esas carreras inútiles, según la consideración que de este tipo de estudios
tiene hoy en día mucha gente. Pero a mí me hizo feliz, y tengo claro, como
Nuccio Ordine, cual es La utilidad de lo
inútil, y, como Gautier, que “Nada de lo que resulta hermoso es
indispensable para la vida. Si se suprimiesen las flores, el mundo no sufriría
materialmente. ¿Quién desearía, no obstante, que ya no hubiese flores?”
Tiempo
después, esta carrera maravillosamente inútil, además de lo que me aportó por
el mero hecho de lo que pude conocer gracias a ella, me mostró un posible
camino que me sacó de la crisis periodística en la que me hallaba. Dice también
Ordine que los descubrimientos que en la actualidad se consideran tremendamente
útiles surgieron de una pasión desinteresada por el conocimiento. Yo no he
hecho ningún descubrimiento de ese tipo, pero esa pasión me ha conducido a
tener la inmensa suerte de poder intentar transmitir a unxs alumnxs la utilidad
de lo inútil y de disfrutar junto a ellxs de esas flores de las que hablaba
Gautier. En este caso, flores hechas de literatura.
Las oposiciones de 2016 podrían ser el siguiente hito de
este camino del que hoy, en un arranque de “extimidad”, quería hablar. Pero
creo que antes tengo que retroceder un momento a la infancia. Aunque el
descubrimiento de una cronopia de la existencia de una carrera tan hermosa fue,
visto en retrospectiva, el inicio más perceptible y formal de un camino, creo
que todo empezó mucho antes. Cuando me di cuenta de que los libros me
transportaban a unos mundos que me mostraban los recovecos y las posibilidades del
nuestro y que en ellos encontraba una comprensión y un deleite que no era fácil
encontrar fuera. Cuando me di cuenta de que yo, en los libros y entre los
libros, era feliz.
Y aquí quiero hacer un inciso para hacer otro
agradecimiento esencial. En este caso, a mi familia. A mi madre, por darme a
entender que me serían negadas muchas chorradas pero que jamás me sería negado
un libro. A ella y a mi padre, por dejarme ser; por no plantearse ni siquiera
la posibilidad de intentar imponerme un camino; por dejarme buscarlo, ensayar,
probar, equivocarme; por acabar entendiendo que no todos los caminos van en
línea recta y que de las curvas y de las presuntas desviaciones también se
aprende porque también forman parte del camino; por su voluntad tan brutal de,
al final, a pesar de las discusiones y de algunos momentos de desencuentro
iniciales, intentar entenderme siempre, respetarme y no interferir en mis
decisiones. A mi hermana Eva, por su apoyo y sus conversaciones que tanto me
ayudaron a resolver numerosas cuestiones del mundo opositor. Y por ayudarme a recuperar
la entereza en la primera prueba de 2016 entre la primera y la segunda parte,
pues sin su llamada quizá no hubiera sido capaz de entrar a hacer la segunda. A
mi hermana Ana, por sus mensajes de ánimo y su confianza plena en que lo
lograría. Y a mi madre otra vez, en general por escucharme tantas y tantas
veces en momentos de agobio, pero en concreto por ayudarme a vencer el vértigo
que tuve este año cuando asimilé que había pasado la primera prueba y que de pasar
la segunda era muy probable que lograra la plaza y por venirse después a Madrid
el día de antes de la defensa de la programación para tranquilizarme y para
escuchar en bucle y durante unas cuantas horas lo que tenía que contarle al día
siguiente al tribunal.
Pero ese día de locura hubo otra persona a mi
lado a la que también tengo mucho mucho que agradecer: Pablo. Ese día me revisó
la maquetación de numerosos documentos, se pasó la tarde entre colas de
reprografías y papeles y preparó una de mis cenas preferidas para que mientras
tanto yo pudiera repasar con mi madre la defensa de la programación y el mayor
número de unidades didácticas. Días antes se había leído la programación entera
y estuvo también conmigo el día del vértigo, repasando el documento por última
vez y acompañándome a imprimir (cosa que me tensa mucho cuando se trata de
cosas importantes). Pero esto fue solo el sprint
final, pues ya hacía unos meses que había aumentado sus cuidados en el
cotidiano para que yo pudiera robarle un par de horas a las tardes-noches.
Pablo
entró en mi vida cuando ya estaba encaminada (en mitad del máster del
profesorado) y desde entonces, pero sobre todo después del batacazo de 2016 –el
día que salieron las notas de aquella convocatoria fue horrible, no quería ni
levantarme de la cama, pero me hizo un gazpachito, pidió unas pizzas y me acabó
sacando de casa-, ha estado ahí en momentos de agobio y de bajón, aprendiendo a
entender y a aceptar las obsesiones, las manías y los malos ratos de los
opositores, que no son pocos. Hemos tocado juntos muchas cumbres, y esta ha
sido, en cierto sentido, una más. Hace un par de semanas, iniciando el descenso
desde 2615 metros de altura, lo pensé y se lo dije: “las oposiciones son como
la montaña”. Y es que hay muchos momentos en que deseas parar, en que estás
exhausto, harto, pero te obligas a seguir y, al final, vale la pena.
Pero me falta otro agradecimiento clave. Este es para lxs
Amigxs. Por su escucha, por sus esfuerzos y su paciencia para entender cómo
funciona la oposición y los ochocientos porcentajes que hay que hacer para
calcular la nota final de las listas, por entender que tu disponibilidad se
reduce drásticamente en estos años, por intentar hacer lo posible por buscar un
hueco que me viniera bien para verme un ratín y saber cómo estaba, cómo lo
llevaba. A todxs aquellos que me ayudaron a superar el “traumita” que se me
quedó en 2016, que no fueron pocos, pero me acuerdo mucho de la llamada de Helen en la que me ayudó a entender
que aquella nota no significaba que yo no fuera a poder nunca con esto, sino
que, simplemente, esto era algo distinto al instituto y a la universidad y que
bueno, había que seguir siendo constante y no desanimarse. Ella está también en
el camino y no tengo ninguna duda de que lo logrará muy prontoJ.
A Tristán, por su preocuparse constante vía whatsapp ;), especialmente cuando
la ansiedad hizo su entrada en escena en el acto final, y por sus sugerencias de
videos y de cualquier cosa que pudiera servirme para la programación. A todxs
aquellxs que me han alentado durante el camino y que me expresaron su alegría
con la noticia, y a Irene, a María, a Ceci, a Alba, a Carol y a Laura, porque
la expresaron con tal efusividad que me emocionaron y
porque aquello de que lxs amigxs sienten tu alegría y tus tristezas como
propias, lo vi en sus ojos y en sus gestos y lo escuché en sus palabras. Fue un alegrarse tan sincero y tan bonito… J
Y para cerrar no puedo dejar de mencionar a “mis amigos
de las opos”, a mis compañerxs del IES Dolores Ibárruri y a mis “hadas
madrinas” de la convocatoria, Emilia Pardo Bazán y Carmen Martín Gaite.
A “mis amigos de las opos” –Merche, Patri, Leti y
Carlos-, porque en estos mundos hay a veces mucha competitividad y mucha gente
tóxica pero he tenido la inmensa suerte de encontrarme con unas personas
maravillosas junto a las que he aprendido muchísimo, no solo del contenido de
las opos, sino también sobre aquello de que cooperar es siempre muchísimo más
enriquecedor que competir. Y porque no me imagino una forma mejor de aprender
la historia del castellano que hacer “güijas con Ariza”. Su gesto de
generosidad cuando después de saber las notas de la primera parte y lidiando
con su disgusto se ofrecieron para escucharme ensayar la defensa de la
programación y la exposición de las unidades didácticas me dejó, simplemente,
sin palabras.
A lxs compañerxs del Dolores Ibárruri, por su profesionalidad,
su humildad y su respeto; por ayudarme muchísimo en mi primer año como
interina; por echarme un cable siempre que podían para que pudiera sacar algún
rato más para estudiar y por sus consejos no desde la condescendencia o el paternalismo,
sino entendiendo que estábamos en momentos diferentes y que esto es un
aprendizaje constante y recordándome que, en algún momento, ellos estuvieron en
mi lugar y que uno no tiene por qué empezar sabiendo todo.
Y, finalmente, a mis “hadas madrinas”, Emilia Pardo Bazán
y Carmen Martín Gaite. Por ser tan grandes, por pelear por las mujeres y su
valía, por haberme traído suerte, por sus palabras. A Carmen Martín Gaite, de
manera especial, por sus Retahílas y por
ser la mejor interlocutora en diferido.
A todxs ellxs y a la literatura, porque han dado sentido
a mi vida.